El Perdón

El perdón

Reconoce que no sabes toda la historia. Una de las cosas que puede ayudarte a perdonar es reconocer tu ignorancia”.

Mary M. Morrissey

Alguna vez alguien te falló en un compromiso? ¿Alguna vez sufriste lo que consideras una injusticia, un daño o perjuicio? ¿Qué emociones te despiertan estas situaciones? ¿Enojo, bronca, miedo, resentimiento, odio, desconfianza? ¿Se te ocurrió que podrías perdonar?

Perdonar no significa permitir que vuelva a suceder lo mismo, ni aprobarlo, ni dejar de reclamar o iniciar las acciones para reparar el daño causado. Perdonar no significa olvidar.

Perdonar significa liberarnos del resentimiento, la bronca, el enojo… El perdón es una declaración de liberación personal, que nos permite salir de la prisión de una emoción negativa y transitar hacia un espacio de paz, aceptación y bienestar. Y sin duda, desde este nuevo estado emocional, se nos abren nuevas alternativas y tenemos otras acciones disponibles.

Desde este nueva mirada del significado del perdón te pregunto ¿Con qué persona estás enojada/o? ¿Qué situaciones te dan bronca? ¿Guardás algún rencor o resentimiento como si fuera un tesoro que no quisieras perder? ¿Qué nuevas posibilidades se te abrirían al perdonar? Una conversación postergada, un relación diferente. O, tal vez, una despedida, un “dejar ir” a alguien…

¿Te perdonas a tí mismo? Muchas veces somos nuestros peores jueces, condenándonos a un castigo eterno, sin darnos la posibilidad de aceptarnos, aprender, cambiar y liberarnos de nuestro pasado.

Tal vez no sea necesario saber perdonar para empezar a hacerlo. Tal vez podamos, hoy, empezar a practicarlo… y en la práctica ir aprendiendo.

“Madurez es lo que alcanzo cuando ya no tengo necesidad de juzgar ni culpar nada ni a nadie de lo que me sucede”.

Anthony de Mello

“Vengándose, uno iguala a su enemigo; perdonando, uno se muestra superior a él”.

F. Bacón

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada. Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria: A LEON WERTH cuando era niño.

Antoine de Saint-Exupéry

El sentido, el significado, no está en las cosas. Está en nosotros… El perdón es la clave de la paz interior, porque es la técnica mental mediante la cual nuestros sentimientos se transforman, pasando del miedo al amor. El ego es el gran criticón. Está siempre al acecho de nuestros defectos y de los ajenos. Es fácil perdonar a la gente que jamás ha hecho nada que nos enfureciera. Y sin embargo, las personas que nos enfurecen son nuestros maestros más importantes: nos indican los límites de nuestra capacidad de perdonar. Perdonar es optar por ver a las personas tal como son “ahora”. Cuando estamos enfadados con alguien, es por algo que esa persona dijo o hizo antes de ese momento. Pero la gente no es lo que hizo o dijo. Las relaciones renacen cuando dejamos de dar importancia a la percepción del pasado… Nuestra neurosis en las relaciones se deriva generalmente de que tenemos un programa preestablecido para la otra persona, o para la relación como tal.

Marianne Williamson

La otra mejilla

En un antiguo monasterio se conservaban, en una vitrina, tres manuscritos muy valiosos. Los monjes vivían de su trabajo rural y de las limosnas que les dejaban los fieles curiosos que se acercaban a conocer los tres rollos, únicos en el mundo. Eran viejos papiros, con fama universal.

En cierta oportunidad un ladrón robó dos rollos. Los monjes avisaron con rapidez al abad. El superior buscó la parte que había quedado y con todas sus fuerzas corrió tras el agresor y lo alcanzó:

¿Que has hecho? Me has dejado con un solo rollo. No me sirve. Nadie va a venir a leer un mensaje que está incompleto. Tampoco tiene valor lo que me robaste. O me das lo que es del templo o te llevas también este texto. Así tienes la obra completa.

Padre, estoy desesperado, necesito urgente hacer dinero con estos escritos santos. – Respondió el ladrón.

Bueno, toma el tercer rollo. Si no se va a perder en el mundo algo muy valioso. Véndelo bien. Estamos en paz. Que Dios te ilumine.

Los monjes no llegaron a comprender la actitud del abad. Estimaron que había estado flojo con el ladrón, y que era el monasterio el que había perdido. Pero guardaron silencio, y todos dieron por terminado el episodio.

Cuenta la historia que a la semana , el ladrón regresó. Pidió hablar con el Padre Superior: Aquí están los tres rollos, no son míos. Los devuelvo. Te pido en cambio que me permitas ingresar como monje. Mi vida se ha transformado.

Nunca ese hombre, había sentido la grandeza del perdón, la presencia de la generosidad excelente.

El abad recuperó los tres manuscritos para beneficio del monasterio, ahora mucho más concurrido por la leyenda del robo y del resarcimiento. Y además consiguió un monje trabajador y de una honestidad a toda prueba.


El Perdón

El tema del día era el resentimiento y el maestro nos había pedido que lleváramos papas y una bolsa de plástico.

Ya en la clase, elegimos una papa por cada persona con quien guardábamos algún resentimiento. Escribimos su nombre en ella y la guardamos dentro de la bolsa. Algunas bolsas eran realmente pesadas.

El ejercicio consistía en que, durante una semana, lleváramos a todos lados con nosotros esa bolsa de papas. Naturalmente la condición de las papas se iba deteriorando con el tiempo. El fastidio de acarrear con la bolsa todo el tiempo me mostró claramente el peso espiritual que cargaba a diario y cómo mientras ponía atención en ella para no olvidarla en ningún lado, desatendía cosas que eran más importantes para mí.

Todos tenemos papas pudriéndose en nuestra mochila sentimental. Este ejercicio fue una gran metáfora del precio que pagaba a diario para mantener el resentimiento por algo que ya había pasado y no podía cambiarse.

Me di cuenta que cuando hacía importantes los temas incompletos o las promesas no cumplidas me llenaban de resentimiento, aumentaba mi estrés, no dormía bien y mi atención se dispersaba.

Perdonarlas y dejarlas ir me llenó de paz y calma, alimentando mi espíritu. La falta de perdón es como un veneno que tomamos a diario en gotas pero que finalmente nos termina envenenando. Muchas veces pensamos que el perdón es un regalo para el otro, sin darnos cuenta que los únicos beneficiarios somos nosotros mismos.

El perdón es una expresión de amor.

El perdón nos libera de ataduras que nos amargan el alma, y nos enferman el cuerpo. No significa que estés de acuerdo con lo que pasó, ni que lo apruebes. Perdonar no significa dejar de darle importancia a lo que sucedió ni darle la razón a alguien que te lastimó. Simplemente significa dejar de lado aquellos pensamientos negativos que nos causaron dolor o enojo. El perdón se basa en basa en la aceptación de lo que pasó.

La falta de perdón ata a las personas desde el resentimiento. Te tiene encadenado, la falta de perdón es el veneno más destructivo para el espíritu ya que neutraliza los recursos emocionales que tienes.

El perdón es una declaración que puedes y debes renovar a diario. Muchas veces, la persona más importante a la que tienes que perdonar es a ti mismo, por todas las cosas que no fueron de la manera que pensabas.

“La declaración del perdón es la clave para liberarte”.

¿Con qué personas estás resentido? ¿A quiénes no puedes perdonar? ¿Tú eres infalible y por eso no puedes perdonar los errores ajenos?

“Perdona para que puedas ser perdonado”. “Recuerda que con la vara que mides, serás medido…”. “Disminuye tu carga y estarás más libre de moverte hacia tus objetivos. El perdón enriquece a quien lo da. Aligera la carga…

¿Qué cosas vas a llevarte cuando dejes esta vida? ¿Rencores? ¿Enojos?

El otro, aquel a quien no perdonamos sigue su vida… Pero nosotros nos quedamos con el peso del rencor… Quiénes somos para exigirles a los demás que sean como nosotros queremos, como nosotros creemos que deben ser… No nos da vergüenza decir una palabrota, decir una palabra hiriente… pero pedir perdón nos ruboriza… no nos sale espontáneamente…

“Yo te perdono”. Qué lindo suena, ¿No es cierto? ¡Y qué bien se siente al decirlo!

Anónimo.
Extraído del libro “Tómate tiempo”


El enemigo

Yo tuve un enemigo que mis pasos seguía,
y aunque parezca extraño yo no lo conocía.
Mis planes y metas, todo desbarataba,
mis mejores deseos, por él no los lograba.

Un día pude atraparlo, reclamé su cinismo,
le destapé la cara y me encontré a mí mismo.
Pero desde ese día, todo se transformó,
pues aquel enemigo, mi amigo se volvió.

Ese subconsciente que antes interfería,
ahora me ayudaba y mis deseos cumplía;
una vez que mis planes a él yo le confiaba,
casi sin darme cuenta él solo los lograba.

Convencía a la gente, entusiasmo me dio,
logró oportunidades y mi salud cuidó.
Hoy que estamos de acuerdo y descubrí esa fuerza,
todo me viene fácil y nada hay que me venza.

Ya puedo dar a otros y no temo al destino,
porque soy sólo yo quien marca mi camino.
Ahora que ya no existe conflicto entre los dos,
puedo llegar a todo… inclusive hasta Dios.


Por Pablo Buol