Mi hijo todavía iba a la primaria, comenzaba tercer grado. Yo estaba cansada de que las maestras me llamaran al colegio porque él molestaba en clase por lo inquieto que era. Finalmente decidí llevarlo a terapia. Y su terapeuta me enseñó a descubrir que eso que –a simple vista - era un defecto, una desventaja, que eso que mirado desde una óptica era un causante de problemas, mirado desde otra, era un espacio de capacidades no aprovechadas. Aprendí a poder ver más allá.
Después de eso, le enseñé a mi hijo que cuando terminara de hacer las tareas o los ejercicios que le dieran, que se pusiera a dibujar. De ese modo no le llamarían la atención y él podría mantenerse entretenido.
Fui al colegio y le pedí a la maestra que si podía le diera tareas extras o hiciera que él la ayudara para que no se sintiera aburrido y tentado a charlar o interrumpir a otros. Después de eso, la maestra comenzó a acordar con él en que lo ayudara como secretario cuando terminara los ejercicios. También lo nombraron miembro del club de lectores para que fuera a leerles cuentos a los chicos de los primeros grados.
Es muy importante cómo miramos, y qué cosas nos decimos de aquello que vemos tanto de nosotros como de otros. Aprender a ser inteligentes emocionalmente implica –entre tantas cosas- tener capacidad de ver de modo posibilitador, de saber apreciarnos y apreciar a las personas en sus valores y capacidades, y desde ahí poder construir el presente y el futuro que queremos.
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¿Qué cosas te estás diciendo de ti mismo?
¿Qué posibilidades abren o cierran tus juicios?
¿Qué acciones necesitas llevar a cabo para poder cambiarlos?
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Cuando emites juicios sobre los otros
¿A dónde te conducen? ¿Crees que estás emitiendo juicios que crean valor? ¿Con quiénes? ¿Y con quiénes no? ¿Qué podrías hacer para mirar diferente?
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